La vida de Jesús está llena de lecciones únicas que nos ayudan a entender lo que motivó su vida y ministerio. Uno se preguntaría: ¿cómo sería un día cualquiera en la vida de Jesús? ¿Qué ocupaba su mente y su tiempo? ¿Qué entretenía sus pensamientos? Damos gracias a Dios por dejarnos el registro de su vida para que podamos observar, reflexionar y aprender lecciones importantes para nuestro beneficio espiritual. 

Aquí hay algunos detalles sobre un día en la vida de Jesús. El evangelio de Marcos arroja algo de luz sobre este tema. En Marcos 1:21, Jesús llega a Cafarnaúm con cuatro de sus discípulos (Andrés, Pedro, Juan y Santiago) y un sábado va a la sinagoga. Después de enseñar con autoridad realizó un milagro y liberó a un hombre poseído de un espíritu maligno al punto que los asistentes quedaron maravillados de que los espíritus malignos estuvieran sujetos a su autoridad.  Ciertamente creó tal conmoción porque el v. 28 dice que su fama se extendió por toda la provincia de Galilea. 

Imagínese la intensidad de atención generada por este acto y toda la enseñanza que tuvo que venir posteriormente. Después de todo, Jesús vino a revelarnos el amor de su Padre (1 Juan 5:20) y a darnos vida eterna (Juan 10:10). Tras salir de la sinagoga se dirigieron hacia la casa de Andrés y Pedro, sin duda con la intención de disfrutar de una buena comida. ¿Quién no espera una buena comida después de un servicio religioso tan intenso? Sin embargo, cuando llegaron, surgió otra necesidad: La suegra de Pedro estaba enferma en cama (v. 30).  ¡Tú sabes cómo es eso! Cuando alguien en casa está enfermo, las cosas se complican. Nada fluye naturalmente. Parece que fue así, porque tan pronto como llegaron, inmediatamente le llevaron el caso a Jesús. Se acercó personalmente y “tomándola de la mano la ayudó a ponerse de pie” y ocurrió el milagro. ¡Qué bendición es tener un amigo como Jesús que en medio de una gran necesidad está ahí para resolverla! 

Quizás el tiempo pasó demasiado rápido entre la comida y la conversación sobre los deseos de Dios para sus hijos, que, cuando se dieron cuenta ya estaba anocheciendo. Una multitud de personas ya estaba afuera esperando que Jesús saliera para atender sus necesidades y “toda la ciudad estaba afuera” (v.33). Jesús sanó a muchos enfermos y liberó a muchos poseídos por malos espíritus (v. 34).  Ciertamente fue una larga noche de servicio de sanidad, ya que toda la ciudad estaba afuera aguardando por una manifestación de la misericordia de Dios.

Haga una pausa, por un momento, en la narración, y piense en las muchas peticiones que Jesús recibió esa noche. Piense en todas las cargas y desafíos que afligieron al corazón humano a lo largo de la noche y que fueron impuestas sobre él. Jesús escuchó y se compadeció de todos y de cada uno de ellos. Sin embargo, para hacer todo eso, una cosa necesitaba: estar ausente de su mente, de si mismo. Ahora, no puedes pensar en un día tan ocupado en el servicio a los demás y, sin embargo, que no aparezca una manifestación breve o mínima del yo. Tal vez, por el cansancio o por el hambre, o incluso el aburrimiento. Sin embargo, en el caso de Jesús el yo estaba ausente, de forma que se entregó a sí mismo en servicio a otros hasta muy tarde y, sin embargo, se despertó muy temprano en la mañana, “cuando aún estaba oscuro”. 

¿Por qué tendría que hacer eso? Buscó un lugar desierto “para orar.”  Buscó la comunión con su Padre lejos de la distracción y perturbación de este mundo. Este es un detalle muy interesante. Vaciarse del yo, no es sinónimo de estar hueco. En otras palabras, el vacío interior no es una opción cuando se trata del ser humano. EGW dice: “El hombre, creado para ser compañero de Dios, puede hallar su verdadera vida y desarrollo únicamente en ese compañerismo. Creado para hallar en Dios su mayor gozo, en ninguna otra cosa puede hallar lo que puede calmar los anhelos de su corazón, y satisfacer el hambre y la sed del alma.” (EJ. 116).

 Jesús, como nuestro hermano mayor, estaba vacío del YO porque estaba lleno de la presencia de su Padre, y como tal reflejaba el amor y el cuidado que llenaba su corazón. Para nosotros, seres humanos en la naturaleza de pecado, ese desinterés en nosotros mismos no es algo natural y, sin embargo, en Cristo puede ocurrir para el corazón contrito. Cuando un alma se entrega a Cristo, ocurre un milagro más allá de la capacidad de la naturaleza humana y el corazón comienza a palpitar al son del corazón de Dios.  Y es así que la criatura deja de centrarse en sí mismo y comienza a expresar su interés por el bienestar y la salvación del prójimo.

Ese es el secreto y el corazón del verdadero trabajo misionero. EGW señaló este hecho cuando dijo: “Cada verdadero discípulo nace en el reino de Dios como misionero. El que bebe del agua viva, llega a ser una fuente de vida. El que recibe llega a ser un dador. La gracia de Cristo en el alma es como un manantial en el desierto, cuyas aguas surgen para refrescar a todos, y da a quienes están por perecer avidez de beber el agua de la vida.” (DTG 166). 

Cuando se trata de la vida de Jesús, vemos a un ser cuya vida estaba vacía de sí mismo y cuyo propósito era en total servicio a su prójimo. Después de todo, esa es una de las razones por las que vino (Lucas 19:10). Sin embargo, como ser humano, nos reveló el secreto de una vida verdaderamente entregada al servicio de los demás y comprometida con la salvación. ¿Cómo se compara tu experiencia con la de Cristo? ¿Qué impulsos dominan tu liderazgo y tu vida de servicio? ¿Qué deseos expresan tus valores y tesoros?

– Written by Pastor Eduardo Jacobo, Hispanic Coordinator Minnesota Conference